Por Lynette González Centeno
Recordar mi primer viaje a la ciudad de New York me llena de nostalgia. La ansiedad que me genera la pandemia, pero sobre todo el hecho de haber cumplido diez años de matrimonio durante este año (octubre 2020) y no poder celebrarlo como nos apasiona: viajando, me hace transportarme a tiempos mejores.
Rescatar la historia de nuestro viaje para compartirla despierta en mí el deseo de regresar y me llena de recuerdos vívidos de lo que fue nuestro primer viaje juntos. Teníamos dos meses de casados y en ese momento no imaginábamos el hermoso futuro que íbamos a construir juntos.
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Estaba pensando en todos esos días felices, y al escribir, me di cuenta de que mi relación y curiosidad por la llamada capital del mundo viene de mucho tiempo atrás. Cuando una mirada de amor ─ como diría Laura Esquivel─ en NYC unió a un hatillano y a una yabucoeña (mis abuelos) en la década de 1950. Dos personas de pueblos de Puerto Rico geográficamente distantes que coincidieron en esta emblemática ciudad en busca del sueño americano y encontraron el amor. Y allí en 1960 llegó el fruto de ese amor: mi mamá.
Pero… esa es otra historia. Nuestra romántica aventura es más reciente. Comenzó cuando aterrizamos en New York la madrugada del 26 de diciembre de 2010.
Arrastrando las maletas, bajamos del tren y nos dirigimos hacia nuestro hotel en la avenida Lexington y la calle 48. A esa hora los bares estaban llenos de gente, una señal de que la ciudad nunca duerme. Dejamos rápidamente nuestras maletas en el hotel y caminamos once bloques hasta Times Square.
Siempre recordaré esa madrugada en que estuve frente a Times Square por primera vez, impresionada por sus coloridas pantallas luminosas que cambian constantemente, con una sensación de energía. Por un instante, pasaron como una película en mi memoria imágenes de mi niñez: series, dibujos animados y la famosa despedida de año que tantas veces había visto en la televisión. Aunque la temperatura estaba entre 20 y 30 grados, no sentía el frío, solo las palpitaciones de mi corazón acelerado por todo lo que había caminado y por la buena dosis de adrenalina que se genera al descubrir nuevos paisajes.
Fue la mejor hora para hacer las presentaciones correspondientes, en medio de la aparente calma de la madrugada cuando el paisaje urbano aún brillaba.
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Así comenzaron cinco días llenos de ilusión. Caminamos por aceras atestadas de gente, en un desorden que parecía sacado de una película navideña, sin prisa y con la sensación de estar inmersos en ella.
Los recuerdos que viven en mi memoria son los adornos, las eternas luces brillantes, las pistas para patinar sobre el hielo, admirar sus bellos rascacielos como Empire State Building y el Edificio Chrysler, tomarnos una foto frente al hermoso árbol del Rockefeller Center, sentir el ajetreo de Grand Central Station, caminar tomados de la mano por el hermoso Central Park, disfrutar, por primera vez, de una tremenda nevada y resbalar en la nieve cerca de lo que antes era el Hotel Plaza. Todas estas experiencias hicieron que New York se convirtiera en uno de mis lugares favoritos.
Cuando pienso en NYC, estos son mis recuerdos más inmediatos. La ciudad completa durante esta época es una hermosa postal. Este viaje, que fue un regalo de bodas, se convirtió en casi una fantasía.
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