Por Lynette González Centeno
Cuando menciono nuestro último viaje a Bermuda, la gente suele asociarlo de inmediato con el Triángulo de las Bermudas. Esta zona geográfica en el océano Atlántico se describe como un área de forma triangular imaginaria, cuyos vértices se extienden desde las Bermudas hasta incluir a Puerto Rico y la península de Florida. Ha ganado fama debido a las misteriosas desapariciones de barcos y aviones en circunstancias que han generado mucha especulación y teorías conspirativas.
Sin embargo, las Bermudas son en realidad un archipiélago en el océano Atlántico norte y, aunque ese enigma quizás le suma un atractivo adicional, nosotros como la mayoría de los turistas que visitan la isla principal – también llamada Bermuda – no experimentamos ninguna anomalía o evento inexplicable.
Llegamos a Bermuda a bordo del crucero Norwegian Prima, que partió desde la vibrante ciudad de New York. Fue una experiencia espectacular despedirnos de la ciudad desde el río Hudson. Esta travesía nos brindó una nueva perspectiva de New York. Desde un mismo lugar, disfrutamos de una vista panorámica de los edificios emblemáticos como el One World Trade Center y el Empire State Building, así como los puentes que conectan los distintos barrios y condados de la ciudad, como el Verrazzano Bridge y el George Washington Bridge. Pero quizás lo que más me emocionó fue la oportunidad de admirar de cerca la majestuosidad de la Estatua de la Libertad, un símbolo histórico de la libertad y democracia.
Después de un día en alta mar, nuestro barco finalmente ancló en el Royal Naval Dockyard una mañana soleada, lo cual fue la señal de que disfrutaríamos de un clima perfecto durante los siguientes tres días. Decidimos tomar un ferry de la compañía Norwegian que nos llevó por la pintoresca costa norte de la isla principal hasta la ciudad de St. George. Durante esos 40 minutos de navegación desde lo lejos disfrutamos con la vista las hermosas casas de colores pastel y esas tonalidades de azules que las rodean que nos hicieron comprender de inmediato porqué Bermuda es famosa por sus playas.
La vista al puerto desde mi balcón
Nuestra decisión de visitar primero St George fue muy acertada, ya que es la antigua capital de Bermuda y la ciudad más antigua fundada en 1612. Esta ciudad colonial inglesa guarda un encanto especial debido a sus coloridas calles llenas de detalles de otras épocas que exploramos con facilidad. El punto de encuentro para los turistas es King’s Square, donde destaca el Towne Hall construido en 1782. Cerca de allí, en York street , está St. Peters Church una iglesia anglicana fundada en 1612 que ha sufrido varias modificaciones. Su interior guarda varios tesoros como el altar de caoba, la pila bautismal y la mesa de la comunión del siglo XVII. En la parte de atrás hay un cementerio con lápidas de hasta 300 años de antigüedad que te llenan de curiosidad.
Más adelante, por una carretera empinada se encuentra Unfinished Church (1874), una iglesia gótica que nunca llegó a completarse, pero que encuentra su encanto en esa misma belleza inacabada. Sus impresionantes arcos de piedra gris que se abren al cielo combinan con el verdor de las palmeras que la rodean. Su misterio y encanto nos regalaron hermosas postales. Siguiendo el camino llegamos a pie hasta la costa, donde se alza en una colina el fuerte St Chatherine, una de las muchas estructuras defensivas que todavía protegen a Bermuda. Nos perdimos entre sus túneles, murallas y fosos, y al llegar al tope, donde están los cañones, es difícil decidir cuál vista es más hermosa: la que regala a Gates’ Bay por un lado o la que se asoma a la bahía Achilles por el otro.
Fort St. Catherine forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO.
Comenzamos la tarde disfrutando de un refrescante “Rum Swizzle”, la bebida típica de las Bermudas que tiene varias versiones, pero por lo general se prepara con ron y una mezcla de jugos de fruta como china, piña y limón. Conseguir un taxi a esa hora desde la ciudad de St. George hasta Hamilton Parish resultó ser una tarea difícil que nos dejó sedientos. A pesar de que la bebida era demasiado cítrica para mi gusto, aprecié la experiencia de probar algo nuevo.
Nuestro día llegó a su fin con una visita a Crystal Cave, un auténtico paraíso natural escondido bajo el nivel del mar. Nos maravillamos con las impresionantes formaciones de estalactitas y estalagmitas de color blanco que adornaban este mundo subterráneo. Siguiendo un sendero de madera, nos adentramos en la cueva, iluminada con delicadas luces que realzaban la belleza de cada rincón y que nos regalaron las postales más bellas de nuestro viaje. Para regresar al barco utilizamos el transporte público, y quedamos sorprendidos por su limpieza y su eficiente organización que nos brindó una sensación de seguridad.
Hamilton, la capital de Bermudas ubicada en la isla principal del archipiélago, es una ciudad hermosa y vibrante. Sus edificios coloridos y la arquitectura colonial británica tienen un toque del sabor caribeño. Al llegar al puerto pintoresco tuve la sensación de estar caminando por el centro de Oranjestad en Aruba. Especialmente en Front street, una calle llena de tiendas, restaurantes y bares.
Horseshoe Bay Cove
Estar de pie en el transporte público a punto de caer al suelo en varias ocasiones y tropezar con los pasajeros cada vez que frenaba la guagua, mientras Ian se aferraba a mis piernas, hizo que los 20 minutos desde Hamilton hasta la playa Horseshoe Bay Cove en Southampton Parish me parecieran eternos. Aun así no perdí el ánimo de poder disfrutar la playa más famosa de las islas Bermudas.
Cuando llegamos a ese pedacito de paraíso en forma de media luna, alquilamos unas sillas y caminamos hacia una sombra. A la derecha se formaba una piscina natural gracias a las rocas que delimitaban un área poco profunda del mar abierto, ideal para nuestros chicos. A la izquierda, se encontraba una zona más amplia y abierta con mucho oleaje.
Recuerdo claramente ver a Ian jugar bajo el sol brillante que se reflejaba en las aguas cristalinas. Una ligera brisa soplaba mientras caminaba por la playa y sentía la textura suave de su famosa arena rosada en mis pies. Aún recuerdo el olor a pescado frito del restaurante cerca de la playa y mis intentos por soportar el agua fría en mis piernas.
Durante nuestro último día en Bermuda, mientras esperábamos para nadar con los delfines cerca del puerto, aprovechamos la oportunidad para visitar el National Museum of Bermuda y aprender sobre la cultura de la isla. Ya conocíamos la fuerte influencia británica y allí descubrimos otros elementos como africanos, portugueses y caribeños que conforman toda su historia.
Así eran nuestras noches a bordo del Norwegian Prima