Por Lynette González Centeno
En el otoño de 2016, visitamos Guatemala. La Ciudad de Guatemala, su capital, fue el punto de partida y parte del itinerario de una semana que nos permitió conocer la cultura de los pueblos mayas en la comunidad de Chichicastenango; visitar las impresionantes ruinas milenarias del Parque Nacional Tikal, en la selva del Petén; descubrir la diversidad de los paraísos naturales en el lago de Atitlán; y subir al Pacaya, uno de sus volcanes activos.
Hicimos este viaje para celebrar nuestro sexto aniversario de bodas de una manera diferente. La belleza y el folclore guatemalteco nos causó tanto entusiasmo que, después de varios años sin escribir, volví a tomar papel y lápiz para compartir la riqueza cultural que descubrimos en Guatemala.
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Guatemala es un país lleno de escenarios impresionantes que combinan vibrantes contrastes poblacionales, culturales y geográficos. Allí nos encontramos con vendedores callejeros en todos los rincones y también mujeres guatemaltecas vestidas con sus coloridos trajes mayas, vendiendo artesanías y “torteando” las deliciosas tortillas de maíz que acompañan todos los platos.
Para desplazarnos por el país, decidimos contratar los servicios de una agencia que contaba con varios guías turísticos. Durante el recorrido desde la capital hacia los diferentes destinos, experimentamos diversas situaciones. Desde la congestión vehicular, el ruido y la intolerancia, hasta presenciar grupos de hombres uniformados montados en «pick – ups» cargando enormes armas. Incluso, en una ocasión, un transporte público ilegal chocó con el espejo retrovisor de la minivan en la que íbamos, pero nuestro tranquilo guía nos recomendó ignorar el incidente.
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Día-1 Mercado de Chichicastenango
Recorrimos un tramo de la carretera Panamericana, una vía que cruza múltiples países de América, partiendo desde la Ciudad de Guatemala hacia el departamento del Quiché, donde encontramos el pueblo de Chichicastenango. Este pueblo está habitado en su mayoría por indígenas maya de la etnia quiché.
Al llegar al lugar, tuvimos la sensación de estar en medio de una estampa sacada de las páginas de la revista National Geographic. Descubrimos un pueblo que mantiene vivas muchas tradiciones y parece estar apartado de la civilización.
Nos encontramos con un escenario pintoresco lleno de vibrantes colores. El olor a incienso y especias inundó nuestros sentidos en la plaza donde se extiende al aire libre, en medio de dos iglesias: Santo Tomás y El Calvario, un laberinto abarrotado de puestos cubiertos por toldos con una gran variedad de mercancía. Se trata del concurrido mercado de Chichicastenango, que se levanta todos los jueves y domingos.
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Las largas calles empedradas que rodean la plaza principal son el escenario de un desfile de hombres y mujeres con coloridos trajes indígenas procedentes de todas las regiones del país. Ellos animan el mercado. Las mujeres, con sus hermosos huipiles (blusas tejidas a mano con bordado) faldas amplias y cabellos recogidos, te siguen para venderte a viva voz sus artesanías. Los hombres usan sombrero de lana o paja, y algunos chamanes aún conservan parte de su vestimenta típica.
No es raro encontrarse con sus miradas curiosas al verte pasar o ver a las mujeres taparse la cara y hacerte un gesto negativo en señal de que no quieren ser fotografiadas.
Los muñecos quitapenas
Mientras caminábamos distraídos observando la gran variedad de productos y esquivando a los insistentes vendedores se nos atravesó en el camino una joven indígena vendiendo muñecos artesanales hechos de tela y cartón. Mauricio, el guía, nos muestra uno de los siete muñecos de dos centímetros que están dentro de una caja de madera tallada y nos relata la leyenda de los muñecos quitapenas. «Si le cuentas tus problemas a estos muñecos antes de acostarte y luego los colocas bajo la almohada; el muñeco se llevará la preocupación» , dijo. Incrédulos, pero con deseos de ayudar a la joven con sus estudios primarios, compramos una docena.
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En el mercado hay coloridos huipiles, fajas, faldas, manteles, delantales,muñecas de trapo, accesorios para el cabello y mochilas. Igualmente se encuentran piezas artesanales de madera y cerámica: máscaras de animales, santos y ángeles. Hay venta de animales domésticos, frutas, verduras, ropa y hasta pequeños electrodomésticos.
Mas allá de un simple mercado
La verdadera comunión con las creencias religiosas de la cultura maya comienza al cruzar el mercado de Chichicastenango y llegar a la escalinata de la iglesia de Santo Tomás, construida en 1540. Los peldaños, que llevan a la iglesia representan los meses del calendario maya y están adornados con las coloridas flores de las vendedoras del mercado. En la puerta principal de la iglesia están los chamanes elevando sus plegarias mientras mueven, de un lado a otro, sus rudimentarios incensarios hechos en lata llenando el lugar de humo y olor a incienso.
En este lugar se mezclan las tradiciones mayas con las tradiciones católicas. Mauricio nos explica que esta práctica es conocida como sincretismo y data de la época colonial cuando los españoles intentaron cristianizar a los indígenas. Los misioneros no lograron integrar sus doctrinas completas, y surgió una interesante mezcla entre las creencias de la iglesia católica y las creencias mayas. En este lugar a principio del 1700 el párroco de la iglesia, Francisco Ximénez, encontró el libro religioso de la comunidad maya: el Popol Vuh.
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Al igual que en la iglesia católica, en el interior de ésta hay filas de bancos que terminan en un retablo en el altar mayor con figuras de varios santos. Sin embargo, lo que hace diferente a esta iglesia es un largo pasillo central donde los indígenas hacen sus peticiones de rodillas alrededor de losas que sirven de altar. Allí colocan sus ofrendas como pétalos, velas de diferentes colores y hasta alimentos. Para la cultura maya esta iglesia representa el supramundo.
Justo al otro extremo de la calle, como si estuvieran enfrentadas, está la iglesia que representa el inframundo: El Calvario, la cual es visitada para contactar los espíritus de los antepasados.
Luego de visitar el mercado fuimos hasta el pintoresco cementerio del pueblo. Allí hay chamanes realizando rituales y las tumbas están pintadas de vivos colores.
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Lago Atitlán
Luego de visitar el mercado de Chichicastenango nuestro maravilloso día concluyó con una tranquila cena en un restaurante a orillas del lago de Atitlán. El lago es considerado como uno de los más bellos del mundo. Está rodeado de volcanes y montañas.
Día 2 – Ciudad de Guatemala.
La Ciudad de Guatemala tiene 245 años de historia. En nuestro corto recorrido en autobús descubrimos los contrastes entre su arquitectura moderna y sus edificaciones centenarias que han resistido varios terremotos.
Comenzamos nuestra visita guiada a las nueve de la mañana, y nuestro guía nos dio varias medidas de seguridad para proteger nuestras pertenencias. Empezamos justo donde se alza el Obelisco, un monumento dedicado a los próceres de la independencia de Guatemala. Desde allí, continuamos hacia el impresionante Centro Cívico que está lleno de edificios decorados con obras de artistas guatemaltecos.
El recorrido se completó en el Centro Histórico. Fuimos a la hermosa Plaza de la Constitución. Allí caminamos entre niños jugando con palomas y vendedores callejeros, rodeados de resistentes edificios centenarios, como la inolvidable Catedral Metropolitana.
De regreso, a nuestro hotel, atravesamos la Avenida de las Américas. Su inigualable jardín central está dividido por plazoletas engalanadas con estatua de hombres que hicieron historia en América. Es todo un símbolo de hermandad.
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Día 3 -Antigua Guatemala
Rodeada por tres majestuosos volcanes: el Fuego, el Agua y el Acatenango se encuentra la hermosa ciudad colonial de Antigua Guatemala. Fundada en 1541, fue en su tiempo la capital de Guatemala y hoy en día es un destino turístico muy popular debido a su impresionante arquitectura colonial.
Su historia está marcada por varios desastres naturales. Entre ellos, los terremotos de Santa Marta en 1773 que destruyeron la ciudad y obligaron a trasladarla a donde se ubica actualmente la Ciudad de Guatemala.
Durante nuestro recorrido por Antigua nos adentramos en sus calles empedradas, donde se encuentran pitorescas casas con techos de tejas y ventanas con rejas. Admiramos la belleza de sus impresionantes iglesias, conventos y monasterios, algunos en ruinas y otros restaurados que aún conservan su arquitectura colonial. Sin embargo, su gran símbolo es el Arco de Santa Catalina, que fue alguna vez un monasterio.
Le añaden un atractivo adicional a la ciudad el encanto de sus hoteles con patios porticados y fuentes centrales, que hoy en día funcionan como restaurantes, donde tuvimos la oportunidad de degustar los tradicionales platos: el Pepián, el Jocón, el Kaq’ik y el Revolcado, una deliciosa mezcla de sabores elaborados a base de caldos, salsas y especias.
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Día 4 – Ascenso al Volcán Pacaya
Al sur de la Ciudad de Guatemala entre el departamento de Escuintla y Guatemala está el imponente Volcán Pacaya, de 2,552 metros sobre el nivel del mar. De los más de 30 volcanes que tiene el país este es catalogado como uno de los más activos.
Una buena parte del ascenso al Pacaya la realizamos en carro, sin embargo la verdadera aventura comenzó al llegar al centro de visitantes del Parque Nacional Volcán Pacaya y Laguna de Calderas, donde comienza el recorrido a pie de aproximadamente hora y media.
Para escalarlo se requiere un guía local certificado. A nosotros nos tocó Leonel, quien nos sorprendió al contarnos que ha subido al volcán hasta seis veces en un día. Éste ha vivido toda su vida en una comunidad aledaña al Pacaya.
Bajo el sol abrasador, nos espera un sendero empinado cubierto de cemento y rodeado de abundante vegetación. Aunque se consideraba de dificultad moderada y cualquier persona con buena salud podía emprenderlo, nosotros éramos novatos en este tipo de aventuras. Al poco tiempo de comenzar, el dolor en nuestras pantorrillas nos advertía que la subida no sería tarea fácil. Un grupo de jóvenes nos seguía con caballos, dispuestos a socorrernos en caso de que el cansancio nos venciera. Sin embargo, nuestro verdadero desafío era lograr la proeza de llegar a la cima sin ayuda; así que, armados de voluntad continuamos el trayecto sudorosos, jadeantes, sin atrevernos a reconocer abiertamente nuestro deseo de detenernos a descansar, pues apenas habíamos comenzado el recorrido.
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Nos detuvimos en el mirador Majahue, que según los rótulos del camino se encuentra a una altura de 942.20 metros. Desde allí s se pueden apreciar arropados entre las nubes los tres volcanes que rodean Antigua Guatemala: el Acatenango, el Fuego y el Agua.
Ya acostumbrados al ejercicio físico el resto del trayecto resulta más tolerable. Continuamos atentos a los rótulos que informaban sobre la flora y la fauna del lugar. En este ecosistema conviven 127 especies de anfibios y reptiles, 28 especies de mamíferos y 150 especies de aves, de las cuales solo descubrimos una oruga y una pequeña culebra que se nos cruzó en el camino.
A medida que nos acercábamos a la cima, pudimos notar la presencia de robles resistentes a las erupciones, en un área llamada Descanso del Roble, ubicada a una altura de 1,587 metros. Nuestro guía nos mostró un impresionante ejemplar de más de 300 años y nos animó a abrazarlo. A medida que ascendíamos, el paisaje iba cambiando y podíamos apreciar un suelo de origen volcánico con arbusto renaciendo.
A pesar del cansancio, el dolor en nuestras piernas y la falta de aire, perseveramos hasta alcanzar la cima. Allí, el viento azotaba nuestros rostros mientras nos recompensaba con una vista impresionante: el imponente cráter del volcán Pacaya se extendía ante nosotros, aunque a una distancia prudente, ya que no esta permitido acercarse demasiado. Fue un momento de asombro, donde nos sentimos en sintonía con la grandeza de la naturaleza.
Aprovechamos para admirar el paisaje y vimos como, entre las nubes y la neblina, se dibujaba en el horizonte una vez más los volcanes: el Fuego, el Agua y el Acantenago. Además, en la lejanía se podía observar la ciudad de Antigua Guatemala y la Ciudad de Guatemala.
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En la antesala del cráter el camino se encuentra cubierto de lava petrificada. Exhaustos por el ascenso y cubiertos de cenizas, decidimos detenernos para descansar y tomar algunas fotografías. Nos sentamos entre las rocas y disfrutamos del impresionante paisaje.
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Después de disfrutar de las vistas del cráter, comenzamos a bajar. El descenso resultó ser lo más difícil de todo. La pendiente era extremadamente resbaladiza, y si no encontrabamos algo firme para sujetarnos, teníamos que bajar corriendo, arriesgándonos a perder el equilibrio y caer al suelo si no hundíamos los pies en la arena volcánica. Lamenté no haber comprado los palos de madera que los niños vendían en la entrada del parque, ya que habrían sido muy útiles en ese momento. Finalmente, un poco más abajo nos detuvimos para disfrutar de un momento dulce al calentar “Marshmallows” entre las rocas.
Día-5 Parque Nacional Tikal
Para llegar a Tikal cogimos un avión por la madrugada desde la Ciudad de Guatemala hasta el Aeropuerto Internacional Mundo Maya en Flores, en el departamento norteño de Petén. El vuelo duró 40 minutos. Luego nos trasladamos por vía terrestre al Parque Nacional Tikal en un recorrido que duró una hora. La otra alternativa para llegar era en una excursión terrestre de ocho horas desde la Ciudad de Guatemala, pero no nos pareció una alternativa segura.
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En Tikal, nos adentramos en la cálida y húmeda selva, mientras el sonido de las cigarras nos acompañaba, interrumpido de vez en cuando por el aullido de los monos y la presencia de algún mono araña pasando de un lado a otro entre las ramas de los árboles.
Mientras recorríamos el sitio arqueológico de Tikal, nuestra curiosidad por la cultura maya crecía cada vez más. Recordamos nuestra visita a las ruinas mayas de Tulum en México. Allí, las impresionantes vistas del mar Caribe de color turquesa que rodean las edificaciones sobre un acantilado dejaron huellas imborrables en nuestras mentes. Ahora, en plena aventura por la frondosa selva del Petén, estábamos emocionados de descubrir las maravillas arqueológicas que se esconden en Tikal. Con gran expectativa, esperábamos el final de nuestro viaje que concluiría con una excursión a las ruinas mayas de Copán en Honduras para seguir explorando la fascinante cultura de los antiguos mayas.
Bajo el intenso sol de la mañana seguimos a nuestro guía por un camino de tierra y abundante vegetación que nos llevó hasta la Plaza de Pirámides Gemelas, nuestro primer encuentro con los famosos templos de Tikal. Allí se levantan dos pirámides escalonadas idénticas, cuya disposición revela los conocimientos en astrología y matemáticas que tenían los antiguos mayas. Con cuidado, subimos hasta la cima de uno de los templos, ascendiendo por los altos escalones de lado para evitar resbalar.
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Más allá de la evidente grandeza arquitectónica y la altura asombrosa de sus majestuosas edificaciones, es impresionante ver como Tikal nos cuenta su historia a través de sus gigantes pétreos, lo que lo convierte en un lugar enigmático.
Según nos adentrábamos por el sitio podíamos observar por encima de enormes cedros, caobas, ceibas, copales y otros árboles milenarios las crestas grisáceas de las pirámides hechas de piedra caliza que pueden llegar a medir hasta 230 pies de altura. Igual de enigmático resulta apreciar otros templos que siguen sin ser rescatados de la selva bajo capas de tierra, árboles, piedra, ramas y raíces.
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Finalmente llegamos al lugar más esperado de todo nuestro viaje: la emblemática plaza Central. Ahí se encuentra el símbolo de Tikal, el denominado Templo del Gran Jaguar frente al Templo de las Máscaras. En este espacio está la mayor concentración de edificaciones. Ahí es donde se obtienen las mejores postales para el recuerdo.
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Está enorme ciudad ceremonial fue una de las más grandes e importantes de todo el mundo Maya, se fundó aproximadamente en el año 600 antes de Cristo y su descenso fue alrededor del año 900 después de Cristo.
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Nuestra visita concluyó luego de subir al monumental templo de la Serpiente Bicéfala, la más alta de Tikal (70 metros de altura). Subimos 200 escalones de madera para llegar a la cumbre. Allí disfrutamos de la vista a la frondosa selva y las crestas grisáceas de las piramides que sobresalen entre los árboles. Contemplar la inmortalidad de estas estructuras desde la altura te hace comprender el porqué está joya arqueológica fue declarada Patrimonio de la Humanidad en el 1979.