Por Lynette González Centeno
Durante nuestro «road trip» de una semana, pisamos cinco estados: Tennessee, Kentucky, Ohio, Pennsylvania y New York. Comenzamos nuestra aventura en el Aeropuerto Internacional de Nashville, Tennessee, donde alquilamos un auto y nos embarcamos en un viaje de dos horas y media por la I-65 en dirección a Louisville, Kentucky, nuestro primer destino. En esta ocasión viajamos en pleno otoño y el paisaje nos regalaba un hermoso espectáculo de tonos ocres y rojizos. La temperatura se mantuvo entre 30 y 65 grados.
De Kentucky habíamos escuchado sobre su famoso bourbone (whisky) y sus magníficos caballos. Por esta razón, lo primero que hicimos al llegar a Louisville fue ir a visitar el hipódromo Churchill Downs, donde se realiza el Kentucky Derby. Este prominente evento deportivo es uno de los más antiguos en los Estados Unidos. Se realizó por primera vez en 1875.
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Nuestra siguiente visita fue al Louisville Slugger Museum & Factory, compañía dedicada a fabricar los bates para los grandes beisbolistas de la historia. Entre ellos, Roberto Clemente y Babe Ruth. En la visita al museo puedes conocer su interesante historia que data del 1892. No hay que ser fanático del beisbol para disfrutar el ameno recorrido, donde puedes ver paso a paso cómo se fabrican los bates.
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Marco junto al bate artesanal más grande del mundo.
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Retomando nuestro viaje por la I-71 hacia Cincinnati, Ohio donde pasamos dos noches en el hotel Great Wolf Lodge. Luego, nos dirigimos a Pittsburgh, Pennsylvania por la I-75 hasta la I-70. En Pittsburgh aprovechamos para caminar hasta el puente Roberto Clemente sobre el río Alleheny. Allí hay una placa en la entrada del puente y una estatua en honor al jugador puertorriqueño estrella del béisbol de los Piratas de Pittsburgh. La estatua adorna la entrada al PNC Park, hogar de este equipo de pelota de grandes ligas.
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Nos esperaba un largo viaje de seis horas hasta la ciudad de New York. Era Día de Acción de Gracias y nos preocupaba no poder encontrar un lugar para almorzar. La fila para entrar a Craker Barrel no impidió que nos sintiéramos bendecidos. Una hora más tarde, agradecimos con unos chicken & dumplings y nuggets para Ianna.
No era nuestra primera visita a NYC, así que al llegar entregamos nuestro auto alquilado y nos alojamos en un hotel en Chelsea. Desde allí, caminamos hacia diferentes puntos de la ciudad. Caminar por la ciudad de New York en temporada navideña es casi mágico: los adornos en las tiendas, las calles decoradas con árboles navideños, luces brillantes y las pistas para patinar sobre hielo forman un hermoso conjunto digno de una postal navideña difícil de olvidar.
La ciudad tiene mucho que ofrecer y aunque improvisamos nuestra ruta, teníamos una visita obligada: subir al mirador del rascacielos más alto de los Estados Unidos, One World Trade Center, que está justo donde se alzaban las torres gemelas del World Trade Center. Allí obtuvimos hermosas panorámicas de la ciudad.
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Luego paseamos por el famoso Central Park, que fue diseñado a mediados del siglo XIX. Sus 341 hectáreas regalan todo un mundo por descubrir. Entre sus atracciones se encuentran: el Conservatory Garden, el Central Park Zoo y Strawberry Fields, un memorial en honor a John Lennon.
Por la noche visitamos el Rockefeller Center, allí nos entretuvimos mirando a los patinadores en la pista para patinar sobre el hielo que está en la plaza central. A pesar de que el famoso árbol no estaba iluminado se podía sentir el espíritu navideño. Más tarde nos unimos al ajetreo de Times Square. Restaurantes, museos, teatros, hoteles,tiendas, transeúntes que salen de todos lados y eternas luces brillantes; así es Time Square. Lo más fascinante de volver a visitarlo es que no importa la cantidad de veces que veas sus magníficas pantallas brillantes siempre experimentas la misma sensación que el primer día.
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Al día siguiente, tomamos un vuelo desde del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy.