Bajo un cielo despejado el sol tiñe la suave arena de las dunas con tonos dorados. Aunque hermoso, el sol poniente apenas ofrece alivio térmico; su luz a penas calienta el viento gélido de 30 grados que experimentábamos. El viento cargado de arena nos pega, pero con tantas capas de ropa, no sentimos cómo nos cubre la arena. Sin embargo, para Ian eso no era así. Mientras ascendemos las dunas, el ruido del viento lo obliga a alzar la voz para que podamos escuchar sus quejas de incomodidad claramente. Ian pelea con la arena que se colaba por sus gafas de seguridad y con el frío que congelaba sus labios y se colaba por sus botas de invierno.
Estamos aproximadamente a 200 millas al suroeste de Denver, Colorado en el corazón del Valle de San Luis, cerca de la ciudad de Alamosa. Al llegar al Great Sand Dunes National Park and Preserve las montañas Sangre de Cristo ofrecen un paisaje de picos nevados que da la ilusión de que las dunas son más pequeñas, creando un escenario que sobrepasa la imaginación.
Visitar el parque en invierno con niños pequeños no es imposible, pero sí complicado. Abrigos, capas de ropa, botas, guantes, gorros y gafas de seguridad para proteger los ojos de la arena; son necesarios para poder disfrutar la experiencia. Ascendemos por un lugar que durante milenios se formó gracias a la acción de los cuerpos de agua y el transporte de sedimentos, contribuyendo a la formación de dunas que alcanzan alturas de hasta 750 pies. Aunque no buscamos vivir experiencias extremas, subir las dunas más bajas no resulta ser una tarea difícil con niños.
Llegamos a este paisaje como parte de un «road trip» que incluyó los estados de Texas, Colorado, New Mexico y Arizona. (Enterate de todos los lugares que visitamos en esta ruta en Épico ‘Road trip’ por el suroeste de Estados Unidos.)
Esta experiencia nos regaló una nueva postal de ensueño.
No era nuestra primera visita; en 2011 tuvimos la oportunidad de explorar las dunas más altas de América del Norte, en pleno verano, una experiencia que no nos motivó a ascenderlas. Sin embargo, fue durante nuestro regreso en diciembre de 2022 cuando realmente nos entregamos a la aventura. Sin duda, no es lo mismo admirarlas de lejos que caminarlas, ascenderlas y vivir la experiencia de un atardecer que se grabó para siempre nuestros recuerdos. Desde allí obtuvimos la recompensa y comprendimos la magnitud de este paisaje surrealista.
Ian tenía cuatro años cuando visitamos el parque. Al ver las fotos, lo recuerda con una sonrisa y dice: «No quería estar ahí». Esa es su postal de descontento.
Así lucen durante el verano.
La experiencia durante el invierno.
Admirar las dunas desde lejos no se compara con la experiencia de ascenderlas.
Foto tomada en el verano de 2011.